Siempre he crecido perdiendo la fe en el ser humano. Por eso dedique mi vida a formarme en lo que amo, el océano. En investigar y luchar por cambiar las cosas, proteger a esos seres que viven lejanos a nosotros, que aún hoy no conocemos ni entendemos.

Pero desde hace un tiempo a esta parte he vuelto a recuperar esa fe en el ser humano, que nunca tuve. La recupero con cada gesto que veo de conservación, con cada vida dedicada a la conservación, con cada nuevo invento que sale para salvara a esa madre tierra. Esa madre que no pide y que todo nos da y que como malos hijos pega, lastima y hiere hasta provocarla una herida que va a ser irreparable como no paremos.

Creo firmemente, cada vez, estoy más convencida de eso. Qué estamos en el momento del cambio, de que tú puedes ser el cambio. Yo así lo hago. Muchas veces miro hacia atrás y veo a todos los activistas que hace años hablaban de la protección de las ballenas, que los llamaban locos, y que hoy nos parece tan loco matar a una.

Por eso creo que hay esperanza, pero para ello nos tenemos que arremangar y mancharnos las manos para luchar por la conservación medioambiental.

Hace unas semanas volví de mi viaje a Cabo Verde, donde recuperé otro trocito de fe. Cabo Verde tiene todos los problemas medioambientales oceanográficos que pueden existir. Contaminación de plástico, principal ruta mercante, construcción incontrolada en playas, turismo irresponsable, matanza de animales milenarios; las tortugas. Pero dentro de toda esa desgracia hay un rayo de luz. Gente que se dedica en cuerpo y alma a proteger a ese ser milenario, a ese ser extraordinario.

Pude compartir y conocer la labor que hacen, es dura, pero tan necesaria. Caminan por las playas por las noches para que cuando salgan las tortugas hembras a poner sus huevos no se encuentren con asesinos que acorten sus vidas, protegen los huevos en zonas controlados donde hacen guardia nocturna para que no sean depredadas, limpian las playas para proteger el ecosistema, conviven en campamentos en la playa arrastrando cansancio de días tras días, pero siempre con ganas. Pude conocer esa gran labor, esa en la que creen y defienden con valores que respetan y cumplen. Y pude llevarme el mejor regalo, ver nacer cientos de tortugas de un nido y poderlas liberarlas en las sus aguas.

Es triste encontrarte con los restos de las tortugas muertas, algo se rompe por dentro cuando lo ves, cuando conoces la crueldad humana. Pero eso te da más ganas de luchar por su protección, de seguir pelando contra viento y marea, de seguir pateando las playas, de seguir esforzándote cada noche por protegerlas. Porque esa lucha recompensa cuando puedes poner en el agua aunque sea a una sola tortuguita, aunque sepas que solo una de cada mil regrese, el esfuerzo valdrá la pena.

Es cierto, que no sabes cuantas regresarán pero sabrás que estas defendiendo a quien no tiene derecho a un juicio justo, porque siempre están en el banquillo de los perdedores.

Así que todo esta en tus manos, ayudar en el cambio… o continuar sentado.