LA VIDA SIMPLE
Puedo intentar escribir y explicar los días que pasé con la familia en Merzouga, puedo enseñar fotos que muestren lo que vi, pero ni las palabras ni las imágenes podrán describir el calor y el cariño que la gente del pueblo dejó en mi corazón.
Llegas allí con la mochila a la espalda y en el momento que te desprendes de ella, te desprendes de todo lo que hay en tu cabeza, de todos tus materialismos y, simplemente, vives.
Te reciben con abrazos y sonrisas, con ganas conocerte, de mostrarte su día a día y compartirlo contigo. Los días pasan sin prisa, tranquilos, despertándote con la luz del sol, que te saluda desde el otro lado de las dunas dándote los buenos días. Bebes té con hierbabuena y desayunas pan con aceite para coger fuerzas para la mañana. Como mujer, acompañas en las tareas domésticas: hacer el pan, amasar, hornear, ir a por comida para las cabras, fregar los cacharros, preparar la comida… Qué rico olor en esa cocina que siempre huele a couscous y verduritas.
Por la tarde, al colegio con las mujeres y las niñas, aprendiendo un poquito de árabe, otro poquito de bereber, practicando ese francés olvidado… Y vuelves a casa cuando se pone el sol, cenas, cantas, bailas y te vas a dormir flotando en el sueño bereber que te arropa en la noche fría del invierno, donde las estrellas velan por ti mientras duermes, bajo ese cielo inmenso que nunca te cansas de mirar.
Para entenderse, no hacen falta idiomas, la observación es el mejor diccionario. Te comunicas con el lenguaje universal de gestos, miradas y sonrisas. Claro que tuvimos alguna que otra confusión que nos hizo reír a carcajadas, todo es aprender. Un poquito de bererber, otro poquito de español, señalas esto y aquello y para qué quieres más.
Hay que dejarse embaucar por la sencillez, la felicidad y la pureza del corazón. Olvidarse de todo y disfrutarlo con toda el alma. ¿Y pensar en la cantidad de cosas que nos estamos perdiendo sentados aquí frente al ordenador?
Ana Álvarez