Nunca imaginé, ni en mis mejores sueños, lo que después viví allí…

No fue solo el silencio y la inmensidad sobrecogedora del desierto, también fueron todas esas personas que hacían de aquella experiencia algo todavía más grande.

Supe desde el principio que quería ir solo a esta aventura sin llevar nada ni nadie que me recordara quien soy aquí. Quería conocerme de nuevo allí, quería disfrutar.

Para mi este viaje ha sido una vuelta a ser un niño, al centro de mi ser. Recuperar esa ilusión por vivir cada día que solo recuerdo de momentos muy lejanos.

Cada mañana abría los ojos con ilusión y con un pensamiento «Hoy estoy aquí» eso era todo lo que necesitaba para saber que el día iba a ser increíble y lo era porque exprimia cada segundo que tenía hasta que llegaba la hora de volver a cerrar los ojos. Duraba poco, creo que no dormía más de 4 horas ninguna noche pero el cansancio era menor que la emoción de un nuevo dia y el cuerpo lo sabía.

Cada día era un juego, una aventura, un hacer amigos nuevos y crear lazos, aprender de las personas y sentir que tu también les aportas algo a ellas.

Cada día allí eran como 3 aquí, parecía que llevaba un mes con todo lo que hacíamos, sin embargo… Cuando me fui mi sensación era la de haber llegado ayer.

La noche del desierto no se borrará nunca de mi cabeza. Dormir con mis compañeros en lo alto de una duna mientras la luna llena iluminaba y pintaba de blanco las montañas de arena que hace unas horas eran naranja intenso.

Me despertaba cada media hora solo por echar un vistazo y asimilar donde estaba antes de dormir otro ratito, me desperté varias veces. Creo que fue porque por mucho que lo viese no era capaz de abrir los ojos y asimilar tanta belleza.

Allí deje enterradas muchas cosas que me pesaban, lo que no sabía era que el desierto tambien me desenterraria nuevos sentimientos y sus vientos me llevarían hacia nuevos horizontes que desconocia.

El mundo es pequeño… Pero el desierto es grande.