En alguna ocasión hemos enunciado esa frase de “eso hay que hacerlo alguna vez en la vida” refiriéndonos a algo que está en esa lista de dos o tres cosas que consideramos nos aportarían algo diferente o nos enriquecería a otro nivel que no esperamos.

Yo creo que navegar es una experiencia que hay que vivir una vez en la vida.

Llevar el movimiento acompasado que te impone el mar con las olas contraría, percibir el viento en la cara ofrece libertad, oler el salitre del mar relaja, sorprenderse con el color azul marino del mar enfadado y el turquesa de ese mismo relajado da vértigo, descubrir que hay que encontrar un rumbo diferente a la línea recta para llegar, en ocasiones incluso más rápido desconcierta, ver el sol amarillo en el cenit, naranja al ponerse por la espalda  y después de unas horas de millones de linternas todos los naranjas juntos en el orto del amanecer… “eso” es vida.

Pero si todo “eso” lo vives en un crucero de 15 mts. por las pitiusas con gente que tiene las mismas ganas que tu, que disfruta aprendiendo a navegar, cervezas que no falten, chiringuitos, la organización de viento norte sur, mercadillos, lagartijas, calas, música, fondeos, escotas, sobremesas de baño entre plato y plato, peces, gyntonics con el mejor fondo de pantalla que existe….”eso” mejora.

Altadil, un navegante español que ha dado 18 vueltas al mundo decía al final de una de ellas, que cuando volvía a casa necesitaba encerrarse en una habitación unos días hasta poder enfrentarse al “estrés y ansiedad” que le generaban las ciudades, con sus calles de dirección obligatoria, los semáforos, los carteles publicitarios, los vehículos, el bullicio… incomprensible, si no te has pasado 3 meses viendo todo en tonos de azul, con 360 direcciones posibles, el silencio de la naturaleza y un horizonte infinito que te rodea.

Ningún rumbo es bueno si no sabes hacia donde navegas, huir del rumbo que nos marcan hoy en día es una responsabilidad, un relax y un lujo!