Hasta ahora, el mejor viaje y la mejor experiencia de mi vida. Inexplicable, indescriptible.

Desde un principio el largo trayecto hasta nuestro destino me tiraba mucho para atrás, pero desde ya tan solo el primer día, merecieron la pena tantas horas de viaje.

Cada día, desde el primero hasta el último, he vivido y sentido cada una de las actividades como las mejores y más enriquecedoras que hasta ahora he conocido: el reparto de donaciones, la visita a las asociaciones locales, la escuela, las familias, el viaje en los 4×4, las dunas, el atardecer y el amanecer en pleno desierto, la noche en las haimas, los juegos y canciones en la hoguera, las fiestas, las risas, … Todas las actividades, absolutamente todas, han sido excepcionales.

Nunca podría haber imaginado conocer a tantas personas tan maravillosas e increíbles, que tanto me han aportado y de las cuales tanto he aprendido. Me llevo una parte de todas conmigo. Desde el fabuloso grupo de compañeros de viaje, como todos los hombres, mujeres, niños y niñas bereberes que he tenido la suerte de conocer. De estos últimos, me ha emocionado especialmente su grandísima hospitalidad, generosidad, amabilidad, cariño y alegría. Siempre tienen una gran sonrisa y unas bonitas palabras que regalarte.

Me quedo, sin embargo, con un la gran enseñanza de vida que me han dado los Amazigh: la paz, la tranquilidad, el vivir el tiempo y disfrutar de él, el sentir cada instante como único, el ser y el estar ahí en ese preciso momento y en ese preciso lugar, porque como dicen ellos: «vosotros tenéis los relojes, nosotros tenemos el tiempo»,y por supuesto que «la prisa mata». ¡MIL GRACIAAS!