Desconocía lo que eran las daaras, desconocía que en Senegal había miles de niños deambulando por la calle con los pies descalzos y con un bote mugriento en el que los vecinos les echan las sobras de la comida, cual si fueran los gatos que llegan al corral de mi casa…
Los días previos a llegar a San Luis, Irene ya nos había comentado un poco en qué consistía la visita, así que traté de concienciarme para no dejarme llevar por la emoción.
Pero desde el momento que pusimos un pie en la ciudad y los voluntarios de Keur talibé nos contaron en qué consistía su enorme labor y la situación de los niños talibés… Un gran sentimiento de rabia y de pena me invadía por dentro.
Y llegó el momento de conocer la Dara, recuerdo que casi todos íbamos en silencio y despacio… intuyendo que lo que allí habría no sería muy agradable…
Había un montón de niños y algunas niñas, todos nos miraban y sonreían y yo me sentía paralizada. Les sonreía y saludaba con la mano pero era incapaz de hacer nada más. Hay varias cosas que se me han quedado grabadas:
La tos.
En mi cabeza aún suenan sus toses, casi todos tenían la misma tos, una tos quizás crónica, una tos que tardará en curar, que ya forma parte de su organismo, cual si se tratase de un tic, como el que guiña un ojo.
El látigo del profesor coránico.
Y la sarna:
Las heridas de los niños, en sus cabecitas rapadas, en los pies, en las piernas…
Hubo compañer@s que pronto se pusieron a hacer curas a los chicos, no había material suficiente para que todos hiciésemos curas, de todas formas no me sentía capacitada. Y yo seguía inmóvil, paralizada, mirando sus caritas, echándoles alguna que otra sonrisa y el tiempo parecía alargarse…
Otros compañeros repartían camisetas para sustituirlas por los harapos que algunos llevaban…
Hasta que dije BASTA, volví a conectar con mi parte más profunda y me dije a mí misma que tenía que reaccionar, que SÍ se podía hacer algo, sentirme útil, porque con ese sentimiento de pena lo único que iba a conseguir era compadecerme y satisfacer a mi ego.
Así que me puse a jugar con ellos. Había un grupo de niños que jugaban a las tabas sólo que con piedras.
Les pedí permiso y que me enseñaran a jugar, se partían de risa viendo mi torpeza. Yo alababa sus jugadas y les ponía caretos cuando me tocaba una partida difícil o se me caían las piedras de la mano.
Y ellos se partían de risa, un sencillo juego con piedras nos ayudó a superar toda la miseria que nos rodeaba. Son niños y el juego es fundamental en su desarrollo y una maravillosa forma de aprendizaje y de conocer el mundo.
Es maravilloso que a pesar de todo tengan ganas de jugar y de reír. Vivir en pésimas condiciones y seguir teniendo ganas de reír y de jugar. Ojalá puedan tener más momentos de juego, en vez de preocuparse por tener que buscar algo que llevarse a la boca.
Y sin duda la gran labor de Modou, Masamba y el resto de voluntarios de Keur talibé. Que rehabilitan las daras, les curan las heridas, les proporcionan ropa… Y lo más importante, les miran a los ojos, con ternura, dedicándoles muestras de cariño, porque son tan merecedores de ello como cualquier otro SER HUMANO.