Así lo bauticé, el gallinero de los niños… y no sé si aún le queda grande el nombre. En mi gran viaje a Senegal, visité una Daara  con la asociación y con mi grupo. Nos habían contado donde íbamos, pero aún así jamás mi mente podía habérselo imaginado. Al entrar creo que todos nos quedamos sin saber qué hacer, impactados, mudos…una daara te deja sin habla durante un rato, en realidad a día de hoy aún me quedo muda cuando lo recuerdo. Esos niños no tienen nada, arena, cuatro paredes, un pozo en el que cualquiera de nosotros no se atrevería ni a meter la mano. Y entonces reaccione y pensé que no se merecían caras tristes que bastante ya tenían ellos, que al menos mientras estuviéramos nosotros allí se merecían la mejor de nuestras sonrisas y que para llorar ya tendríamos nosotros tiempo fuera de allí.

Empezamos a acércanos a ellos, me percaté q su única pertenencia era una lata oxidada en la que meten la comida que piden por la calle, y una tabla de madera donde supongo apuntan el Coran .entonces más te encoges. Y menos entiendes. No entiendo la estupidez  humana, como puede llegar a permitir que eso pase. Esos niños son la consecuencia de la insensatez del adulto.

Empezamos las curas y sus caras también cambiaron, se acercaban y te devolvían la sonrisa. De los momentos más duros fue ver cómo algunos niños se arrancaban las costras de sus heridas para que les curaras… por un poco de atención. Entonces todos querían recibir asistencia y así hicimos. Algunos tenían heridas profundas en los pies, otros costras por todo el cuerpo, ojos con infecciones…y estoy segura que la herida más grande es la que no se ve a simple vista pero que la transmitían sus ojos.

A día de hoy es imposible que no me emocione al recordar aquel “gallinero de niños”. Por eso quiero contar lo que vi, lo que sentí porque comprendí  que había que moverse, que había que contar que es lo que está pasando allí…GRACIAS SENEGAL POR ENSEÑARNOS TANTO. Djeredieuf

Paloma López