El olfato es uno de nuestros sentidos más antiguos. Y el más evocador. Es la forma más directa de recordar una emoción, una pasión.

Bali huele a Frangipani. La “plumeria rubra”, planta endémica de mesoámerica, extendida por gran parte de zonas tropicales y subtropicales del mundo. El blanco, amarillo y rosa, priman en ella y los balineses creen que tienen un significado espiritual, para la protección y la buena fortuna. Como señal de respeto, se usan para hacer ofrendas y rituales. También para  decorar templos y hacer regalos.

El Frangipani y su fragancia me trasladan automáticamente a uno de mis viajes más emocionantes donde descubrí un lugar tan exótico como hermoso, repleto de maravillas que ofrecer.

Desde el momento en que llegué, me sentí en un mundo completamente diferente. Las calles estaban llenas de colores, olores y sonidos sorprendentes.

Los primeros días en Ubud me dieron la oportunidad de conocer el Bali más cultural y espiritual, a través de visitas a los templos más representativos, de ésta como se conoce, “isla de los dioses”. Me acerqué a la historia y tradiciones que encierran sus santuarios pero Bali no es solo piedra. Bali es playa y acantilados. Selvas, montañas y volcanes (¡El amanecer del Batur!). Ríos cristalinos y cascadas. La naturaleza de Bali me pareció vibrante. Y su fauna. Pude contemplar desde monos, tortugas y otros reptiles, hasta felinos y una multitud de vistosas aves exóticas. Incluso los paisajes “creados”, los arrozales y algunas pequeñas aldeas,  se mimetizan con el entorno natural de manera perfecta.

Pero no debemos olvidar que estaba en la capital del surf del sudeste asiático. Tras abandonar Ubud, y desde Denpasar me trasladé a las playas de Kuta, Seminyak, Padang Padang o Uluwatu donde la calidad y cantidad de sus olas, me permitieron aprender más de este deporte en pocos días. Más si cabe, que en muchas semanas a lo largo de nuestro litoral. También la capital fue punto de origen para otras experiencias que me ofreció Bali; como una ruta en moto con destino al norte de la isla y también la visita a otras islas cercanas. Mi elección fue Nusa Penida, una de las menos conocidas. Tuve que dejar otras como las Gili o Lombok, apuntadas en “para la próxima”.

Dejando lo mejor para el final, (sin olvidar la gastronomía y en especial el omnipresente y delicioso “Nasi Goreng”) del viaje me quedo con la gente. No solo la que me acompañaba, sino también la local. Con gente del grupo las conversaciones,  risas , momentos y emociones que nos unieron en Bali, quedarán para siempre en mi recuerdo. También los balineses. El “staff” de hoteles y restaurantes, profesores de surf, tenderos del mercado, guías de montaña, masajistas, artesanos y bailarinas, conductores y motoristas, y otros muchos con los que compartí uno o muchos ratos. Algo me traje de vuelta,  un recuerdo imborrable. La calidez, humanidad, hospitalidad y la sonrisa permanente de las personas que habitan la isla. Bueno… eso y el olor a Frangipani.