Todo empezó teniendo que atrasar un día el viaje porque el tiempo estaba en nuestra contra y no nos dejó empezar en la fecha prevista, pero fue montarnos en el ferry hacia Melilla y todo empezó a fluir, haciéndome saber que, como los químicos madrileños repetían como un mantra: «pasarían cosas». Y pasaron.
El viaje hacia Merzouga se hizo muy ameno gracias a los monitores y sus juegos de presentación, los peculiares aseos de las diferentes estaciones de servicio, esos agujeros en el suelo y su respectivo cubo de agua al lado para eliminar lo depositado; y las vistas que nos acompañaron durante todo el trayecto, contrastes entre la aridez del desierto y las cimas mas altas del Atlas cubiertas de nieve.
Al llegar a nuestro destino nos esperaba Omar en su albergue con un rico té de bienvenida acompañado de frutos secos y una deliciosa cena para que fuésemos conociendo la gastronomía y los sabores típicos de la zona. Y nos alojamos en la «Casa de Said» o «la de los 8 minutos» donde «Moha» fue un excelente anfitrión siempre atento a nuestras necesidades a cualquier hora del día.
A la mañana siguiente empezamos a conocer el entorno al que habíamos llegado y fuimos viendo lo hospitalarios y serviciales que eran todos los ciudadanos que nos íbamos cruzando por allí.
El colorido zoco de Risani, donde desarrollamos el arte del regateo y probamos la deliciosa «pizza bereber»; el baño en el Hamman y la tradición que hay detrás de ese acto; el museo de la cultura nómada donde las mujeres, que nos demostraron que no hace falta entender el idioma para transmitir su saber y su cariño, nos enseñaron a hacer cus cus tradicional y a maquillarnos los ojos como auténticas bereberes para estar listas para el desierto.
El desierto, ese momento que todos anhelábamos y que superó nuestras expectativas. Caminar al anochecer por el océano de arena, la llegada al campamento, la música de tambores alrededor de la hoguera, la luna tan brillante, el silencio, el amanecer de la mañana siguiente, el paseo de vuelta en camello…
Y cuando creíamos que no podríamos experimentar nada mejor, llegó el reparto de donaciones en los 4×4 y conocimos la labor de la asociación. Cris nos emocionó con lo que contó en sus audios durante la visita al colegio y volvimos a ser niñas jugando con los mas pequeños en la visita a los compañeros que convivían con las familias bereberes.
Como gran despedida tuvimos el ideal concierto de tambores, guitarras y castañuelas típicas que nos metió el ritmo africano en el cuerpo y nos hizo bailar hasta que nos quedaron fuerzas.
Y después de este testamento, solo me queda dar las gracias a la asociación por la estupenda organización del viaje y por la labor tan importante que hacen.
Habéis llenado mi mente de recuerdos imborrables y mi alma de experiencias enriquecedoras.