RECIBIENDO EL NUEVO AÑO CON ARENA EN LOS BOLSILLOS
Dicen que lo buenos siempre llega cuando uno menos se lo espera. Hasta hace poco nunca creí demasiado en este tipo de dichos, pero ahora que me encuentro escribiendo esto junto a una botella de coca-cola con letras árabes repleta hasta el borde de esa arena que me hace volar hasta las dunas cada vez que las miro, me replanteo que tal vez puedan tener razón.
Como toda experiencia, la mía tiene un principio y un final. Digamos que la llegada a mis manos de un simple folleto que me invitaba a celebrar el nuevo año en el desierto marroquí fue la ventana de aire limpio, vivo, que tanto necesitaba.
Me encontraba en un punto donde la rutina terminaba asfixiándome al final de cada día, donde la planificación de cada hora de mi vida me estaba volviendo loca y cada vez me encontraba más confusa entre lo que debía y lo que quería.
Por eso, este viaje solidario a Marruecos ha sido lo bueno que ha llegado no solo cuando menos lo esperaba sino también cuando más lo necesitaba. Ha sido mi pequeña salvación, por lo que siempre estaré agradecida a la asociación Viento Norte-Sur por haber sido la mano que me ayudó a levantar.
Sigo teniendo botellas de agua rellenas de arena con la que de vez en cuando juego a formar pequeñas dunas y me hacen rememorar recuerdos que me mantienen la sonrisa durante todo el día.
Jamás se me olvidará la primera parada en Marruecos donde al ir al baño me encontré un agujero invitándome a hacer mis necesidades. Que decir que tener el canto de un gallo por la ventana amenizaba la escena. Esto explica mis saltos de alegría al llegar al albergue y encontrarme un retrete.
Inolvidable también la primera visita al pueblo de Merzouga, donde los niños, con chaquetas y descalzos mientras tú tiritabas con el plumas y cuatro pares de calcetines, iban detrás de ti pidiéndote caramelos, bombones o algún que otro dírham.
El día del reparto de donaciones al centro de salud y las escuelas; el relato de la experiencia de Cris Aisha, una auténtica luchadora bereber; la noche de fin de año en el desierto vigilados por un manto de estrellas; el viaje en camello; el regateo en el zoco de Rissani; el Hamman, y un sinfín de experiencias en las que podría explayarme sin contemplación a lo largo de los días recordando cada detalle mientras hundo mis dedos en la fría arena de mis botellas.
A veces tengo que parar de escribir porque no consigo encontrar las palabras para describir ciertos instantes como cuando al atardecer, ataviada cual muñeco Michelín, me quedaba mirando la inmensidad de las dunas y me sentía feliz, algo sencillo pero tan difícil de conseguir la mayoría de las veces. Porque para mí, esta experiencia ha estado construida por instantes que me han llenado, haciéndome sentir completa.
Marruecos ha conseguido hacerme sonreír durante siete días, pero ha sido la bondad de su gente, el brillo en los ojos de aquellos niños descalzos que te regalaban sonrisas a cada paso, los que han conseguido mantenerme feliz incluso cuando ya no los tenía al lado, sino con su vivo recuerdo.
Sin olvidar tampoco a mis compañeros y monitores, pequeños aventureros son los cuales esta experiencia no hubiese sido tan especial como, superando expectativas, ha conseguido ser para todos.
Y es aquí, poniendo fin a mi experiencia, cuando recuerdo mi despedida de Marruecos, con las botas hundidas en la arena, la grandiosa duna como principal protagonista del paisaje y el frío rozando por última vez mis secos labios, donde tuve la certeza de que esta era la primera de muchas aventuras que me deparaban los años porque nunca el deber y el querer había tenido tanta forma de duna.
“Esta experiencia no merece la pena, merece mil penas”
Gracias por hacer posible los sueños del norte y del sur.
Eva.