Vivir al mismo ritmo que los rayos solares fue para mí toda una experiencia, que siempre he sido tan noctámbula…despertarme en cuanto la luz empezaba a entrar por mi ventana, y sentirme descansada y con tantas ganas de salir de mi saco de dormir para ver qué nuevas experiencias me esperaban por vivir.

Comenzar el día disfrutando de la compañía de Fátima, de la abuela, de Mbarak, de Ayub, de Moha …y de todos los vecinos que, a lo largo del día, se iban uniendo en mi paseo hacia cualquier parte, muchas veces sin decir nada, más que un tímido «salam», con la única intención de hacerme compañía y de que mi estancia fuera lo más agradable posible.

Acompañar a las mujeres a hacer pan, bien temprano, en el horno de leña, cuidar de los animales, preparar la comida a fuego lento, muy lento… porque allí la prisa no existe, no hay relojes, solamente el sol, que cada día sale, se pone y se esconde, y que es lo único que parece importar a mis amigos. Cada día es un regalo para ellos, no esperan de la vida más de lo que cada ser humano debería esperar, estar vivo.

Sentarme en el suelo a jugar con la tierra, meterme en el telar de Fátima a verla tejer, observar a los niños jugar dando golpes con una piedra, mirar los ojos de la abuela abrasados por el sol, a las madres deslomarse por sacar adelante a sus familias.

Esos largos paseos sin rumbo fijo, cantando y cantando a gritos lalalalalá, lalalalalá, lalalalalá lalalalalá, con todo aquél que quisiera unirse. La vida allí era igual de sencilla que la letra de está canción.

Todas las familias han tenido sus puertas abiertas para nosotros que, nada más cruzarlas, teníamos un vaso de té puesto en la mesa y la grata compañía de estos seres tan especiales.

Al caer la noche, empezaba el espectáculo. La luna salía por detrás de la gran duna y enseguida teníamos sobre nosotros un inmenso cielo plagado de estrellas. Como decía mi amigo Hamí «el cielo es nuestra televisión”.

Seres generosos, hospitalarios, alegres, serenos, bondadosos y con un corazón tan limpio que solo un nómada podría tener.

Día tras día comprendí que simplemente se trata de una vida diferente, que no debemos intentar cambiar porque, sin duda, son felices así; que no tenemos por qué compadecernos de ellos, más bien todo lo contrario y que esa ayuda que pensaba darles, me la han dado sin duda ellos a mí porque irradian una energía tan positiva, capaz de hacer renacer a cualquiera.

En mi caso, no sabría decir con palabras qué buscaba exactamente en este viaje pero sé que lo encontré con creces.

Mi infinita gratitud a todos los que me han permitido vivir esta experiencia.