Todos los instantes son únicos, pero no todos son inolvidables.
¿Dónde están los momentos inolvidables?

Supongo que a partir de esta premisa es cuando una decide empezar a llenar de instantes su vida. Pero no instantes cotidianos, ojo, sino instantes buscados y deseados, de esos a los que tienes miedo. De esos que solo imaginas pero que no ejecutas, «sueños», que se llaman. Si llenáramos nuestra vida realizando nuestros sueños, los más deseados, estoy segura de que nuestra caja de momentos inolvidables estaría a rebosar.

Decidí empezar a llenar mi caja de sueños la primavera pasada cuando, sin esperarlo (como suelen pasar las mejores cosas de la vida), cayó ante mis ojos la maravillosa oportunidad de adentrarme, junto con la Asociación Viento Norte-Sur, en un mundo totalmente opuesto a la rutina, a mi rutina: del blanco al negro, de la sombra al sol, de la noche a la mañana y del norte al sur…y fue este aire del sur, del sur marroquí, el que empezó a envolverme y a intensificar mis ganas y mis fuerzas, a achicar mis miedos y a mostrarme decidida, aunque solo fuera por un instante, para adentrarme en la aventura del desierto, aventura solidaria y mágica, tan mágica parecía que solo quedaba la opción de comprobarlo por mí misma.

Y así es como me metí, con pura conciencia, en un remolino de emociones del que todavía no he podido salir, ni quiero.
Estamos abrazados.

El desierto es un lugar protagonista de cuentos y leyendas,
pero existe, y tiene magia.
Puedes llevarte cuanta magia quieras…
hay magia para todos.

Cuando me quise dar cuenta estaba rodeada de un grupo de gente con inquietudes similares a las mías, con un brillo en los ojos seguramente parecido al mío, con mochilas de equipaje idénticas e incluso difíciles de diferenciar y con ganas de traerlas de vuelta con mil recuerdos. Sin embargo, todos éramos desconocidos.

Instantes después dejamos de serlo.

No fui consciente de mi existencia en Merzouga hasta que empecé a interactuar con la gente autóctona, gente que probablemente se pondría a tus pies para ofrecerte lo que tenga, sea lo que sea.
La hospitalidad como bandera, y un toque de buen humor, de eso no les falta.

La Asociación Viento Norte-Sur y todos los compañeros pusimos nuestra «parte solidaria» en forma de donaciones que llevaríamos personalmente a la escuela. Repartir en mano, en manos de niños y de madres, de nuestras manos a sus manos, cosas básicas para vivir. Básicas (pañales, leche, ropa, calzado…). Sus ojos y los nuestros brillaron a la vez. Tenían pupitres y un lugar muy íntimo para aprender, libros con ilustraciones muy bonitas y coloreadas y paredes repletas de dibujos.

Del mismo modo nos dirigimos al centro médico, a donar medicinas. Los medios precarios que tienen y el modo en que lo viven, sonriendo muchas veces, generó en mi pensamiento una viñeta como si fuera de cómic, partida por la mitad, en la cual se representaban «los dos mundos»: nuestros medios de país «desarrollado» a un lado, y los de ellos al otro. Entonces la conciencia me dio un giro de 180º. Los otros 180º los dio en la escuela.

A partir de ese instante, me sentía como en casa.

Visitar sus hogares, su forma de vida, comer su comida, despertar sabores dormidos, recorrer caminos polvorientos, descubrir lugares nuevos, paisajes, ciudades, zocos, mercados, especias, subir dunas, bajar dunas, dunas infinitas e interminables como las que salen en las películas, de color anaranjado, a lomos de dromedarios o por nuestro propio pie, pies fríos por la arena naranja, incomparable a ninguna otra arena, arena de la que hicimos nuestro lecho mientras veíamos las estrellas.

Mirar las estrellas desde las dunas del desierto es una de las experiencias más preciosas y simbólicas que he podido tener. Es un instante propio, tuyo, íntimo, es un antes y un después y miras al cielo, que incluso parece adoptar una forma esférica, como curvada, ya que las estrellas recorren el paisaje de las dunas de un extremo a otro. En tu encuentro íntimo con el cielo, muchos pensamientos cruzan, como las estrellas fugaces, y valoras de una forma más intensa tu vida.

Estoy aquí, me he alejado para encontrarme,
para desprenderme de aquello que estorba en mi vida.
Para apreciar lo importante, disfrutarlo, cuidarlo y alimentarlo.
¿Ves? Aquello que me preocupaba la semana pasada
aquí se reduce a cenizas.

Las cenizas que decidas soplar en el desierto no volverán, porque es tan inmenso, que se pierden.
A veces necesitamos perder cosas.

Vuelvo a la vida occidental con los ojos muy abiertos, con la conciencia muy despierta, vuelvo humana, más humana, con experiencias y sentimientos que soy incapaz de escribir. Vuelvo sabiendo regatear y negociar, va a ser difícil engañarme, sé hacer un turbante, sé degustar un buen té y sé apreciar tus recursos. Sé que tus recursos son valiosos, tengas muchos o tengas pocos.

Sé que hay una vida más allá de las dunas que alimenta mi vida aquí, en la ciudad sin polvo.
Por eso debo volver,
por eso no me suelto del remolino,
porque quiero una caja de momentos inolvidables.

Agradecida eternamente a los responsables de que toda esta locura se pusiera en marcha, por sus ganas y sus espíritus de luchadores, de los que muchos nos aprovechamos para contagiarnos.

 

Giro con la magia del desierto sobre el asfalto.
Me siento afortunada.