Magia es la primera palabra que me viene a la mente tras recordar la semana que pasé en Formentera. Una isla capaz de sacarte de la rutina nada más entrar en ella.

Pero si hay algo que puedo destacar más allá de los atardeceres en el faro, más allá de las aguas cristalinas y la arena fina, es el ambiente y la atmosfera que en una semana se genera entre todas las personas que tenemos la oportunidad de vivir esta experiencia.

Siempre da un poco de miedo enfrentarse a la incertidumbre que aparece cuando viajas a ciegas, como fue mi caso, sin tener claro que me iba a encontrar. Sin embargo, en cuanto empiezas a compartir habitación, baño, comidas, transporte y demás aventuras con el resto de personas que están allí todos los miedos se disipan.

Y acabas sintiéndote muy afortunada de vivir esta experiencia e intentas aprovecharla al máximo. La familiaridad, la confianza, los momentos de convivencia acaban marcando más que las bonitas playas que te rodean. La verdad es que una vez acaba, te das cuenta de que lo realmente importante de viajar no siempre es el lugar, aunque en este caso fuera maravilloso, lo importante de viajar es a quien te encuentras por el camino.

Nos volveremos a ver.