Sabía que Marruecos es acogedor. Había oído que el desierto es mágico….pero que buena decisión!

Todo el viaje hasta llegar, a pesar de muchos kilómetros, fue agradable: el vínculo con el grupo ya empezó en el puerto. Entre risas y juegos cayó la mañana, la tarde y la noche.

Llegamos al albergue…que pasada! Precioso! Que salón!

Un despertar con un inmenso sol acariciando la piel, y quién me diría, que todos los días serían igual: el dulce vasito (vasitos) de te en compañía del genio de la lámpara, Moha: lindo! La quietud del ambiente, los compañeros de viaje que iban y veían con un saludo cálido y sincero. Que mañanas tan gustosas!

En el desierto los sentidos cobran más vida. Las miradas se iluminan más y el cuerpo harmoniza con el medio, con las personas. Los oídos escuchan desde el corazón. Y nuestros cuerpos danzaban a ritmo de las jams de percusión de unos músicos excepcionales. Incluso, alguna noche, resonaba una guitarra eléctrica un tanto sicodélica. Que magos son los Amazigh: GRACIAS!

Disfrutando del tiempo sin consciencia, sin horas, sin días…un estar ahí.

Que sabor la confitura de dátil junto con los kilos de pan, que con mis nuevas amigas vegies, disimuladamente, engullíamos.

La libertad de elegir en todo momento lo que te apetecía sin juicios. El trabajo de darnos consciencia por parte de estas buenas personas que llevaban a cargo el viaje: GRACIAS!

Talleres de cocina, visitas a escuelas, a entidades, a casas…Conocer su cultura: miradas desde el alma, sonrisas tímidas, hablar sin palabras…

Y el vínculo que generamos en el grupo: sentirme como una niña de campamentos: bromeando, jugando, adivinando y sobretodo riendo…ha sido genial: GRACIAS!

Mi momento de locura: conducir una Derbi por el desierto sin casco.

Una noche de ensueño: la noche de las Haimas…noche de brujas: luna llena, fuego, tambores, estrellas…Muy especial.

Una experiencia para acordarme y sonreír todos los días…SAHA!