Después de un invierno extraño y con preocupaciones, precisaba bajar revoluciones y vivir slow, que se dice. También necesitaba algo del verano mágico de los anuncios de cerveza…ese en el que la gente del surf parece vivir eternamente. Así que, el verano pasado llegué a Salinas, atraído por las ganas de disfrutar del norte en verano y el deseo de iniciarme en un deporte, el surf, que pensaba no estar hecho para mí. Pero bueno, me había prevenido: el nivel de exigencia que requiere, es el que te pongas tú.

A pesar de que será deporte olímpico en los próximos Juegos de Tokio y tenía margen, la idea era disfrutar. Había que intentarlo, aunque algo dentro de mí me dijera que aprender a surfear, siendo al ser algo torpe, sería misión imposible. Este invierno, me compré mi primera tabla y el neopreno. No digo más. Bueno sí. Llámame humilde, pero con mi surfing diría que me queda mucho para llegar a la cita olímpica. Da igual, he alcanzado mi objetivo: me pongo de pie y disfruto en el agua.

En principio mi hermano iba a ser el único compañero de aventuras, pero poco a poco se fue añadiendo gente. Y eso, ayudó mucho a convertirlo en inolvidable. Nos juntamos amigos, con amigos de amigos. Y también pudimos compartir ratos muy chulos con otros compañeros de la escuela…

Es un viaje que son muchos viajes a la vez. Hay momentos de conexión con la naturaleza cuando paseas por el verde asturiano. También conectas con tu interior mientras esperas las olas y con tu exterior; porque tu cuerpo se ha relajado después del ejercicio y a pesar de salir del agua, te da la sensación de seguir flotando. Luego hay otros momentos en los que el vínculo es con la gente. Las risas en La Luna sidra en mano, las palabras compartidas, los silencios juntos disfrutando de la puesta de sol…son solo flashes que me invaden al recordar una convivencia maravillosa.