Después de algunas semanas de volver de Merzouga, todavía cierro los ojos y me puedo trasladar a esa maravillosa aventura. Tenía un sueño y sin pensarlo me vino la oportunidad de cumplirlo, pasar unos días en el desierto con la asociación Viento Norte- Sur. Me encantan las aventuras y no tenía duda de que esta iba a ser una gran aventura.
La sensación de llegar la primera noche al albergue, levantarte por la mañana y ver que estás en un entorno increíble, con un paisaje de cuento, rodeada de dunas y desierto, con esa arena rosada calentada por el sol de la mañana… Me encantó. Disfrutar de un té con menta descalza en la arena mientras contemplas el horizonte de las dunas, escuchar y bailar al ritmo de los tambores cada noche, disfrutar de esa comida tan buena y de la compañía de las personas, montar en camello mientras disfrutas del paisaje de las redondeadas dunas, andar por el desierto sola escuchando el silencio y contemplando tus huellas… Te das cuenta que, el desierto te muestra sólo el camino que dejas atrás, por delante es todo incierto y el futuro se crea a cada paso.
En los atardeceres, las dunas son doradas, naranjas y luego rojas. Cambian de color lentamente y el cielo se tiñe de rosado. Todo cambia lenta y armoniosamente. En estos momentos, eres consciente de que has perdido la noción del tiempo y no sabes qué hora es, ni qué día… Destaco la velada de nochevieja ante una hoguera y contemplando el cielo estrellado, parecía como si todos los astros del universo estuviesen allí concentrados. Lo mejor de esa noche fue el frio, que no me dejó dormir, gracias a esto, pude contemplar el mejor amanecer que he visto en mi vida: sentada en una duna y ver salir el sol por el horizonte, fue espectacular.
Son sensaciones y momentos que se quedan en el recuerdo y en tu retina siempre. Creo que ahora me he convertido en arena de desierto, cambio de color lenta y armoniosamente.