Me uní a esta aventura por varios motivos. El principal: el origen del mismo, la solidaridad. Hay tantas ONG´s, tantos proyectos abiertos, tanta gente pidiendo, que nunca sabes quién lo necesita realmente y quién no. Y, lo que casi todos nos preguntamos: ese dinero o material que donamos desde nuestras casas, en realidad cuanto llega a destino? Con estos viajes, lo llevas tú al destino, y, más o menos, sabes qué y a quién llega.
Otra razón fue que mis hijos (10 y 8 años) vean y empiecen a sentir lo que les repetimos constantemente desde su comodidad: que hay gente que no tiene nada, que necesita ayuda y que, aún así, son capaces de ser felices. Intentar paliar el egoísmo de los niños de nuestro primer mundo.
Y otra razón, un poco más egoísta, es disfrutar de un viaje con los peques, algo fuera de lo habitual.
En mi época de instituto, conocí una corriente filosófica que sostenía que todas las acciones del ser humano provenían del egoísmo. Si ayudamos a los demás, en un sentido altruista, es porque nos produce una satisfacción personal y así obtenemos un beneficio para nosotros mismos. Visto así, ojalá hay mucha gente con ese egoísmo.
Hemos ido con las maletas llenas de cosas, haciendo verdaderos esfuerzos para cargar todo, y ayudándonos unos a otros en el grupo sin conocernos. Y hemos vuelto sin las cosas y con el corazón un poquito más lleno.
Fui con muchas dudas: si los peques disfrutarían, si yo me adaptaría a un viaje organizado, multitudinario y masivo, si sería demasiada paliza llegar a Merzouga…
Los peques han vuelto con pena de tener que volver.
El grupo, a veces un poco escandaloso si quieres momentos de soledad entre las dunas y la haima, pero unido desde el principio, a pesar de su heterogeneidad, dispuestos todos a ayudar a todos, divertido y sorprendente.
Organizado lo suficiente para no aburrirnos nunca. Organizado con mucho cariño y mucho trabajo. Y con toda la libertad para reorganizar, desaparecer o simplemente adaptarse. Un aplauso a los organizadores que, sin ser una agencia de viajes, lo han hecho aún mejor.
El viaje a Merzouga largo y cansado, pero entretenido, tanto por parte de nuestros “guías”, como del grupo en sí.
En resumen, ha sido un viaje que siempre recordaré con cariño, que me dejas las ganas de repetir, quizá en otro sitio, quien sabe….
Y si me tengo que quedar con algo, me quedo con el trayecto nocturno en camello (o dromedario) hacia la haima con mi pequeñajo, y la vuelta andando al día siguiente, sola con mi hermana, disfrutando de un poco de soledad en el desierto. Dejando nuestras huellas al caminar, huellas que el viento de la noche hará desaparecer, alisando la arena para demostrar que la duna es más fuerte que el ser humano.
Aunque espero que nuestra mínima presencia hay dejado alguna huella, por pequeña que sea, y que sigan dejando los que vengan detrás. Porque en nosotros sí que nos han dejado una huella en el corazón.