Mi fascinación por la naturaleza salvaje está impresa en mí desde que tengo uso de razón. Cuando era niña, buscaba información con los recursos disponibles a mi alcance sobre la flora y la fauna de espesas y frondosas selvas, llenas de colorido y exuberante vegetación. Con el tiempo, encontré mi preferida: “la selva de Ecuador”: tortugas gigantes, colibríes, serpientes, volcanes, comunidades indígenas y todo aquello que mi corazón anhelaba estaba allí, así que me prometí a mí misma que algún día visitaría este remoto lugar que, para mí, por aquel entonces, no era más que un sueño.
Todos mis esfuerzos académicos fueron dirigidos a conseguir mi objetivo y al acabar la carrera de Ciencias Ambientales decidí que había llegado el momento. Así que me puse manos a la obra y mi sorpresa fue que todos los viajes que llevaban a mi destino eran paquetes turísticos o voluntariados a precio de oro, que ni me convencían, ni eran lo que buscaba.
Tuve que remover cielo y tierra para intentar poner rumbo a mi selva soñada, y cuando estaba a punto de desistir en el intento, apareció mi oportunidad. Recibí un correo donde reclamaban mis servicios como ambientóloga para gestionar la parcela de plantas medicinales ,en uno de los Jardines Botánicos más bellos de Ecuador durante unos meses. No lo podía creer, pero por supuesto no tuve ni que pensar la respuesta…hice mis maletas con el corazón lleno de emoción contenida y partí hacia un viaje al corazón de la Amazonía que cambiaría por completo mi manera de ver la vida.
Durante mi primera estancia en el Ecuador, tuve la maravillosa oportunidad de convivir con las gentes del territorio de la Nacionalidad Tsáchila, ubicada en Santo Domingo de los Colorados y reconocida por sus poderosos PONE (médicos ancestrales). No sólo fueron hospitalarios a mi llegada, sino que además se convirtieron en mis maestros y me abrieron las puertas a su cultura, a sus conocimientos sobre plantas medicinales, sus tradiciones y su manera de ver el mundo. Una de las cosas que más me emocionaron fue comprobar cómo sienten y respetan el poder de la selva y de la naturaleza, como algo implícito en su forma de vida.
Recorrimos el país durante un mes y medio conociendo sus inmensas selvas, subimos a algunos de sus imponentes volcanes, visitamos la Amazonía Oriental, donde el espíritu de la selva se encuentra en su máximo esplendor y navegamos por sus ríos cargados de misterio y leyendas. Me enseñaron algunas de sus técnicas de supervivencia y de caza, a percibir los sonidos de la selva y diferenciarlos, todo acompañada de uno de mis guías kichwa, gracias al cual comencé a entender realmente la frase de la canción de: “Mamá naturaleza te lo da…”
La última parte de este viaje la pasé conociendo las Galápagos y toda la zona de la Costa, que guarda un impresionante contraste paisajístico de flora y fauna, siendo todo un regalo para mis ojos y para todo aquel que visita Ecuador. En 3h de trayecto, puedes pasar de la cordillera de los Andes a la Selva al oeste o a la costa en dirección hacia el Este. Al concluir mi estancia, quedé absolutamente enamorada de este maravilloso país y de sus gentes.
Cuando llegué a España tenía muy claro qué camino quería seguir y es que mi experiencia allí marcó un punto de inflexión. Me especialicé en Etnobotánica, Fitoterapia y terapias con caballos. Trabajé con ONGs destinadas a la soberanía alimentaria y en resumen hice todo lo que estuvo en mi mano para acercarme lo más posible a conocer más sobre los conocimientos ancestrales, que con el tiempo parecen estar difuminándose y que mis maestros Tsáchilas tanto velaban por salvaguardar.
Tiempo después he podido regresar de nuevo y conocer nuevos rincones que aún me quedaban por explorar. Cada uno con su encanto particular y por supuesto, todos consiguen sorprenderme y hacer que me guste cada vez más el país.
En el titánico esfuerzo de aunar todos mis conocimientos y experiencias vividas en Ecuador, encontré a la Asociación Viento Norte Sur, que supieron ver en mi proyecto la imperiosa necesidad de crear un viaje con las premisas que en mi opinión debería tener una vivencia de estas características y que contara con una ruta accesible y auténtica para aquel que, como yo, quisiera experimentar la Amazonía intensamente, con la imprescindible colaboración de las comunidades indígenas como guías, ayudándolos así a preservar esta sabiduría olvidada para nosotros.